Los síntomas más frecuentes suelen ser la diarrea, dolor abdominal, sensación de urgencia para ir a evacuar, fiebre, deposiciones con sangre o sangrado rectal, pérdida de peso, retraso del crecimiento y cansancio. Ninguno de estos síntomas por sí solo diagnostica la enfermedad, pero cuando se presentan en conjunto y persisten en el tiempo es necesario plantearse este diagnóstico.

No existe una dieta específicamente recomendada en estos pacientes y tampoco existen alimentos que confieran un mayor riesgo de presentar un brote.

Lo más importante en mantener una dieta equilibrada que contenga todos los nutrientes habituales. En pacientes sintomáticos una dieta astringente, reducida en fibra, grasas y lactosa puede ser útil para mejorar los síntomas. En paciente con déficit nutricionales es recomendable la evaluación por un nutricionista.